V CONFERENCIA GENERAL
DEL ESPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE
APARECIDA, BRASIL, mayo 2007
DEL ESPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE
APARECIDA, BRASIL, mayo 2007
Guiados por la fuerza del Espíritu Santo, en Aparecida, Brasil, se reúnen los Obispos de América para ahondar numerosas y oportunas indicaciones pastorales que, en palabras de Benedicto XVI, están motivadas con ricas reflexiones a la luz de la fe y del contexto social actual. Esta conferencia se propone la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar el llamado a ser discípulos y misioneros de Jesucristo.
Reconociendo que América Latina no es una suma de pueblos y de etnias que se yuxtaponen, sino una unidad que se enriquece con muchas diversidades locales, nacionales y culturales[1], Aparecida hace un análisis de una realidad marcada por grandes cambios que afectan la vida de ésta. Así, revela un cambio de época donde se manifiesta una crisis de sentido, una invasión de la intimidad personal de parte de los medios de comunicación social, un desvanecimiento de la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios, una despreocupación por el bien común y demás tendencias que atentan con nuestra riqueza y diversidad cultural (Indígenas, Afroamericanos y Mestizos) en una dimensión económica, socio-política, socio-cultural y hasta de tipo ecológico-ambiental.
Por otro lado, se realza un continente bautizado que, animado por el Espíritu Santo, está llamado a ser discípulo y misionero de Jesucristo; y, como poseedor del gran tesoro de la Iglesia Católica en América Latina: “La religiosidad popular”, está acuciado a vivir como comunidad. También, se habla de la vida de Jesucristo para nuestros pueblos, caracterizada por un reinocentrismo, la promoción de la dignidad humana, la opción por los pobres y excluidos, y una renovada pastoral social. Además, se toca el tema de la familia y el cuidado del medio ambiente. Finalmente, se habla de una fe que penetra la cultura, y se da una motivación a detectar “sombras” que pueden ser iluminadas con el evangelio, y a utilizar los avances técnicos y tecnológicos para evangelizar en busca de unidad, fraternidad, caminos de reconciliación y solidaridad, y la plena configuración con Cristo.
Llamados… sí…estamos llamados al cambio, a la conversión, más bien, diría con fuerte voz, a la metanoia. No podemos seguir viviendo por vivir, sin un proyecto humano. En nuestra vida debe existir un centro vital; eje que me permite hallarle sentido a la vida misma. Es allí donde se puede hacer referencia a Cristo como aquel que, mostrando el rostro humano de Dios y divino del hombre, nos conduce al conocimiento pleno del hombre y de su más alta vocación. Así, el reconocer, en la presencia de Jesucristo y su seguimiento, la naturaleza del cristianismo, se nos llama a ver un nuevo horizonte que nos impulsa a tomar una decisión que oriente nuestro “caminar” por nuevas sendas que nos conducirán a ser de verdad el Continente de la esperanza, el Continente del Amor.
La lucha por una evangelización de un amor como plena donación, único eje cultural capaz de construir una cultura de la vida, fácilmente nos va a conducir a “las estructuras justas que son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad…”[2].
Hoy por hoy, se pretende alcanzar la felicidad con bienestar económico y con una satisfacción hedonista; se está sobrevalorando un subjetivismo individualista pragmático y narcisista; se está tratando de excluir a Dios de la propia realidad vivida, por lo cual se logra observar que se está optando por seguir caminos equivocados. Ante la contemplación de la realidad tan cruel que estamos viviendo en nuestros pueblos, debe surgir del corazón de todos, un gran deseo por alcanzar una armonía o una integralidad tal, que permita una plena interconexión de la persona humana con la persona de Cristo, Dios mismo. No obstante, hay que empezar por poner todo al servicio del hombre y no pretender hacer lo contrario, pues el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, re realiza a sí mismo en una constante interacción con la creación.
Es necesario buscar el cómo movernos en los ambientes que actualmente nuestra realidad nos presenta, y el cómo presentar un anuncio evangélico que trastoque el corazón de los hombres, pues muchas veces nos vamos a encontrar con un descontento ante la manera de muchos evangelizadores de tratar de introducir en la vida a un Jesús capaz de revolucionar en el ámbito político, comunicativo, socio-cultural, con nuestras convicciones éticas y religiosas. Si existen hoy muchos problemas, se debe en parte a la falta de fidelidad para con los compromisos evangélicos de muchos cristianos con especiales responsabilidades políticas, económicas y culturales.
Es que si queremos mantener la gran riqueza que caracteriza a nuestros pueblos, y si queremos seguir madurando en la fe con una constante preservación de nuestra hermosa tradición y nuestra gran religiosidad popular; si queremos continuar contemplando a Dios en todos los ambientes, debemos erradicar todo aquello que se oponga a nuestro logro por una integración sobre los cimientos de la vida, el amor y la paz.
Es que si queremos mantener la gran riqueza que caracteriza a nuestros pueblos, y si queremos seguir madurando en la fe con una constante preservación de nuestra hermosa tradición y nuestra gran religiosidad popular; si queremos continuar contemplando a Dios en todos los ambientes, debemos erradicar todo aquello que se oponga a nuestro logro por una integración sobre los cimientos de la vida, el amor y la paz.
De esta toma de conciencia depende que se perciban los frutos. Hay que tener fuerza de voluntad para transformar las estructuras injustas y exigir respeto por la dignidad humana, pues como dice Benedicto XVI: “La iglesia no tiene como tarea propia emprender una batalla política, sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia”.
Por esto, expresando la vida cristiana no sólo en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas, vamos a ser capaces de cumplir nuestros deberes con amor y, de igual manera, de exigir nuestros derechos en una incesante búsqueda de una vida plena con condiciones más humanas y libre de amenazas de todo tipo, es decir, pasar de la miseria a la posesión de lo necesario, a la adquisición de la cultura… a la cooperación en el bien común… hasta el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin[3].
Por esto, expresando la vida cristiana no sólo en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas, vamos a ser capaces de cumplir nuestros deberes con amor y, de igual manera, de exigir nuestros derechos en una incesante búsqueda de una vida plena con condiciones más humanas y libre de amenazas de todo tipo, es decir, pasar de la miseria a la posesión de lo necesario, a la adquisición de la cultura… a la cooperación en el bien común… hasta el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin[3].
Finalmente, vale la pena decir que con la constante evolución de la historia, y con la constante renovación de la vida del hombre, no es bueno adaptarse o identificarse con diferentes ideologías humanas que pueden causar estragos en nuestras vidas, sino más bien adherirse al plan de Dios plasmado en los evangelios, para hacer brotar esperanza y amor donde la visión del hombre, a veces parcializada, nos impide contemplar la verdad que, en su esencia, da unidad. Pero, si nos enfriamos en la fe ¿cuándo veremos la una metanoia?
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